El Ta Chuan o Gran Tratado sobre el i‑Ching, del célebre filósofo Confucio, nos cuenta que hace 4500 años el primer emperador de China, Fu Hsi, gobernaba los destinos del mundo. Fu Hsi miró hacia arriba y observó la bóveda celeste, luego bajó los ojos y contempló los dibujos de la Tierra. Y fue inspirándose en estos dibujos que el místico emperador inventó los ocho símbolos que le ayudarían a entrar en contacto con la fuerza y la luz de los dioses, y así comprender la condición de todos los seres. Falsa o no, esta leyenda constituye una explicación de la naturaleza del i‑Ching: un oráculo, una filosofía, una forma de ver la vida basada en la milenaria cosmología china y la forma del Cielo y la Tierra.
Historia de una Práctica Milenaria
Hace cuatro mil años, durante el período Lung‑Shan de la antigua China, los pobladores de la región solían quemar el omóplato de una vaca o el caparazón de una tortuga, y por medio de las huellas dejadas por el calor, predecían el futuro; con el tiempo, esta práctica fue adquiriendo un carácter ritual cada vez más elaborado, que nunca fue abandonado del todo.
La siguiente fase de la concepción del i‑Ching se daría alrededor del año 1500 a.C., durante el caótico reinado del último emperador de la dinastía Shang. Por aquella época caótica para la China feudal, en la provincia de Chou, regía un gobernador de nombre Wen, cuya habilidad como administrador le granjeó una peligrosa popularidad. En el año 1143 a.C, Wen fue arrestado por las fuerzas imperiales de la capital de An‑Yang; fue dentro de este cautiverio y bajo amenaza de muerte que el duque de Chou estudió los ocho trigramas y los combinó en 64 parejas de hexagramas, después los bautizó y les agregó un texto explicativo.
Cuarenta años después, fue un hijo de Wen, de nombre Tan, quien fundó la dinastía Chou, y después de estudiar el trabajo de su padre, realizó una interpretación personal de cada texto explicativo. Por ese entonces Tan se hizo conocido como el rey Wen; por su parte, la obra completa del duque de Chou y el rey Wen recibe el nombre de Las mutaciones de Chou.
A inicios del siglo V (5) a.C., el célebre filósofo chino Confucio empieza a estudiar este texto; varios años después, a una edad más avanzada, se ocupó con mayor detenimiento de apuntar diversas e interesantísimas observaciones. Luego el texto pasó a manos de sus discípulos, y a los discípulos de sus discípulos, y así sucesivamente generación tras generación, las cuales le agregaron fragmentos de preguntas y respuestas que alcanzaron un volumen tan grande como la obra original. Finalmente, el libro gana reconocimiento como uno de los clásicos de Confucio, y pasa a ser bautizado como i‑Ching o Libro de las Mutaciones. Así es como se formó uno de los oráculos más venerados y antiguos de Oriente, que siglos después sería llevado a Occidente por jesuitas y misioneros europeos.
Por otro lado, según una antigua leyenda, Marco Polo quedó muy impresionado con este oráculo en uno de sus viajes, que le vaticinó, entre otros acontecimientos, que realizaría multitud de grandes viajes, residiría por tiempo en el extranjero y su nombre alcanzaría la gloria y perduraría en el tiempo. Parece que poco se confundió el oráculo, pues una cuestión salta a la vista: hoy en día se continúa hablando de Marco Polo en libros de texto y enciclopedias de todo el mundo. La impresión de Marco Polo frente al oráculo que había conocido fue tan elevada, que despertó su interés e inquietud, y decidió llevar una copia a Europa en uno de sus viajes; así es como parece que comenzó a conocerse el i‑Ching en Europa. También otras investigaciones apuntan a que el i‑Ching pasó a monjes tibetanos y de allí a la India. Por aquel entonces los árabes mantenían frecuentes relaciones comerciales con la India por los tejidos de seda, las especias y frutos de la zona. Algún comerciante árabe afín a las artes adivinatorias introdujo el i-Ching en su barco como un curioso juego de ocio, y lo acercó a la península arábiga y de allí se fue extendiendo por los países limítrofes hasta llegar a Europa. Con absoluta certeza no se conoce el camino por donde llegó a Occidente, aunque una teoría muy acertada parece ser Marco Polo y la ruta de la seda.
Los Cinco Elementos
Antes de internarnos en el concepto del i‑Ching, debemos familiarizarnos con los cinco elementos y con la concepción cosmológica del Yin y el Yang, que son importantes componentes simbólicos e ideológicos del Libro de las Mutaciones. Uno de los libros más antiguos de la filosofía china, el Hong Fan o Gran Regla, describe los cinco elementos como fuerzas dinámicas que interactúan unas con otras:
- Primero: el Agua, que desciende y humedece.
- Segundo: el Fuego, que sube e inflama.
- Tercero: la Madera, que se puede curvar y enderezar.
- Cuarto: el Metal, que es maleable y cambia de forma.
- Quinto: la Tierra, que puede ser sembrada y sus frutos segados y comidos.
Estos cinco elementos contemplados en el i‑Ching también se vinculan con las estaciones: la primavera se rige por el elemento Madera; el verano, por el Fuego; el otoño está regido por el Metal, y el invierno está gobernado por el Agua. Finalmente, el elemento Tierra rige todas las estaciones, especialmente los últimos dieciocho días de cada una. La Madera (la primavera) produce el Fuego (el verano); el Fuego produce la Tierra y la Tierra produce el Metal (el otoño); el Metal produce el Agua (el invierno) y el Agua produce la Madera (la primavera) y ésta produce el Fuego (el verano); el Fuego produce la Tierra y la Tierra produce el Metal (el otoño).
Conocer la interacción entre los cinco elementos del i‑Ching nos ayuda a comprender la naturaleza de los trigramas, pues cada uno de estos símbolos se vincula con uno de los elementos. El sentido positivo o negativo del fluir de estos elementos constituye una señal para el oráculo del i‑Ching.
El Yin y el Yang
La concepción cosmológica china establece que el Yang se vincula con el Sol y la luz, mientras que el Yin significa sombra y oscuridad; posteriormente, estos dos polos fueron relacionados también con lo masculino y lo femenino. La zona clara del Yang tiene un punto oscuro, y la zona oscura del Yin, uno claro; ello se traduce en el hecho de que incluso en su estado puro, cada polo contiene el principio del otro. Aunque ambas polaridades constituyen la fuerza y la sustancia unidas, inseparables como el sol y la sombra, y no pueden concebirse ni de un modo concreto ni de una forma abstracta. Cabe mencionar que el pensamiento chino no siempre estuvo regido por esta concepción bipolar y complementaria del Universo.
El i‑Ching
Las líneas enteras y partidas que conforman los trigramas del i‑Ching representan los principios fundamentales de la existencia: la línea entera simboliza al Cielo o Yang y representa los aspectos activos, masculinos y positivos; la línea partida es la Tierra o Yin, y simboliza los aspectos pasivos, femeninos y negativos. Asimismo, los ocho trigramas se vinculan con los Vientos, por lo que en el i‑Ching, estos dibujos se encuentran dispuestos en un octógono que conforma la rosa de los vientos soplando en ocho direcciones: Norte, Sur, Este, Oeste, Nordeste, Noroeste, Sudeste y Sudoeste. Si en el i‑Ching combinamos cada trigrama con los otros siete, obtenemos un total de 64 hexagramas.
Los Trigramas
Como decía, el i‑Ching está formado por trigramas, cada trigrama se compone de tres líneas, cada una de las cuales puede ser partida o entera. La primera de estas líneas representa los aspectos Yin, la segunda representa al hombre y la tercera se vincula con la polaridad Yang. El hombre actúa como un elemento mediador entre el Cielo y la Tierra y armoniza estas dos polaridades opuestas. Los ocho trigramas comprenden todas las posibilidades de combinación entre las líneas del Yin y el Yang en el i‑Ching. De este modo, los trigramas constituyen una forma de vincularnos con las fuerzas del mundo y entender la condición humana y las cualidades de los mundos exteriores e interiores, así, el mundo exterior y el mundo de la mente son, al final, lo mismo.
El i‑Ching es un tipo de oráculo único, por lo que la combinación de los ocho trigramas representa la fusión entre el macrocosmos y el microcosmos, lo divino y lo humano, el Cielo y la Tierra, y resulta en los 64 hexagramas, que deben ser leídos de abajo hacia arriba (de la Tierra al Cielo).
Consideraciones para Interpretar el i‑Ching
La tradición china establece que el i‑Ching debe guardarse en un paño de seda, a una altura no menor de la espalda de un hombre. La persona que vaya a utilizarlo debe lavarse las manos y luego desenvolver la tela como un mantel.
Antes de interrogar al oráculo, la persona debe haber elegido las palabras a utilizar, evitando las preguntas de sí o no, para que la respuesta sea particularizada. Como el oráculo rara vez establecerá el momento de la llegada de los sucesos predichos, es importante que la pregunta verifique el tiempo. El i‑Ching considera que el futuro es alterable, y no concibe la idea de que el hombre carezca de control sobre su destino. Las respuestas del oráculo pueden ser muy particularizadas, pues el i‑Ching es muy generoso con sus consejos y muchas veces busca abrirnos los ojos sobre posibilidades que no hemos tomado en cuenta.
Para interpretar las respuestas del i‑Ching, ya sea que utilices monedas, tallos u otro método, es aconsejable e importante que primero realices una pequeña meditación: deja que tu mente vague despacio y lentamente llama a tu intuición. Ello te servirá para que, una vez aclarada tu mente, puedas interpretar las respuestas del oráculo en su forma real sin dejarte llevar por los deseos. Con la meditación se alcanza el silencio, la aceptación y la receptividad.
El Cierre del i‑Ching
Al igual que la apertura, la fase de clausura del i‑Ching requiere de algunos rituales. Tras recibir la última respuesta del oráculo y haber tomado nota minuciosa de la interpretación, se debe encender un palillo de incienso. Al despedirse del libro, la persona debe postrarse en tierra tres veces; después, envolver con cuidado en su estuche los tallos, las tablillas o las cartas. Finalmente, el i‑Ching se envuelve en su tela de seda y ambos objetos son guardados en su lugar.
Es importante tener en cuenta el papel que la intuición juega en este ritual, pues es gracias a este don que podemos extraer el sentido más profundo y nuevos niveles de significado de las respuestas del i‑Ching.
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